5 de julio de 2014

Dedicado a Eli Wallach.

Estos últimos días he estado lejos de mi ciudad y de mi portátil; razón de que no haya escrito hasta ahora sobre el reciente fallecimiento de Eli Wallach. Fue una de esas celebridades que parecían que nos iban a acompañar eternamente, que iban a estar siempre aquí (como diremos en un futuro -esperemos que lejano- de Stan Lee, de su tocayo Christopher o de Kirk Douglas). No es para menos, ya que el actor tenía nada menos que noventa y ocho años: una edad muy respetable... y muy envidiable.


El Señor Wallach.

Citar El Bueno, El Feo & El Malo (1968) a la hora de hablar de él es un tópico en sí mismo y le hace un flaco favor a su interesante y larga trayectoria, donde demostró una gran fotogenia acompañada de una capacidad actoral camaleónica y fuera de toda duda. Sin embargo no sólo es su film más destacado si no, también, uno de los más ligados a mi experiencia personal: me fue regalada por un grupete de colegas, hace como mil vidas ya. Digo “colegas” pero no “míos” porque, ciertamente y a excepción de uno, no lo eran: es una anécdota que no me atrevo a contar en estas líneas, pero que empezó con un rápido flechazo gracias a mi buen gusto en camisetas y terminó con un cumpleaños conjunto bastante decepcionante (por lo que a mí respecta) pero en el que, al menos, me llevé este regalazo tan espléndido.

La mencionada excepción en aquella pandilla era y es un grandísimo amigo, socio de negocios y tertuliano: fue quien escogió la película, demostrando con ello un gusto tan espléndido como el que él me atribuía a mí con esa misma elección. Desgraciadamente, muy desgraciadamente, estaba equivocado: en aquella época y con aquella edad las pelis del oeste no me atraían para nada, más bien todo lo contrario; ni siquiera los spaghetti-western como aquel. Lo prueba el fingimiento y la incomodidad con la que recibí el presente, así como el más de medio año que tardé en hacer uso del mismo. Eso me recuerda como, recientemente en términos relativos, estaba hablando de la cinematografía de Sergio Leone con una antigua compañera de clase y descubrí en ella la misma reticencia contra el género que me caracterizó a mí en el pasado: fue un poco como viajar atrás en el tiempo para reencontrarme con mi yo del pasado. En su caso, su opinión estaba más fundamentada y basada en la experiencia que la mía de entonces, respondiendo además a una visión más madura, más adulta; sin embargo, sigue pareciéndome igual de prejuzgada e igual de basada en una generalización injusta y ciega. Debí haberle explicado a grandes rasgos algunas de las premisas que manejó el cineasta romano y pedirle que las aplicara a otros marcos narrativos donde puedan aflorar aventureros nómadas, solitarios y algo despiadados, como los entresijos mafiosos del género negro o esos mundos de espada y brujería que a ella tanto le gustan. En el caso que nos ocupa: tres tipos extremadamente peligrosos, con una historia común y que se odian a muerte; cada uno de ellos en posesión de un fragmento de información inútil por sí mismo pero que, en conjunción con los demás, podría llevar a un formidable tesoro escondido... Podría haber funcionado perfectamente en los escenarios de Dragones & Mazmorras (Dragonlance, Reinos Olvidados...), en la Era Hiboria de Conan el Bárbaro o similares. No obstante, la ambientación en esta Norteamérica salvaje resulta la más apropiada: tan sucia, desértica y polvorienta (y tan relativamente barata de representar) ilustra por sí sola la ruindad y la hostilidad de este mundo cruel, así como la madera de quienes lo recorren. Una Norteamérica simulada ya que, dicho sea de paso, se rodó en Almería.

Cartel de la película.

Volviendo a mi anecdotario y dejando de lado a mi sorpresiva alter ego femenina: cuando por fin me decidí a verla me encontré con que eran las dos o las tres de la madrugada y estaba tumbado en la cama con un auténtico bellezón... Hablo, por supuesto, de mi reproductor de DVD portátil, al que quiero más que a algunas personas que conozco. En aquel entonces el comienzo me resultó algo pesado, pero no tardé en engancharme a la historia en cuanto empecé a conocer a sus personajes. Lamentablemente, es muy difícil ver un film tan largo a esas horas y, mucho menos, estando tumbado: a mitad del metraje tuve que empezar a luchar contra el sueño y, al final, acabó ganando la biología. Sin embargo, lo primero que hice al despertarme fue continuar donde la terminé.

Lo chulesco de los protagonistas, con sus frases lapidarias, así como el gran manejo de la tensión, la magistral elección de planos y la composición de los mismos, la pátina de épica que aporta (o realza) la inolvidable banda sonora de Ennio Morricone...: todo brilla en esta obra maestra, cargada de momentos y diálogos inolvidables. Prefiero no revelar nada más sobre la trama, aunque esta sea bastante conocida incluso por quienes no la han visto, tal vez gracias en parte a parodias, homenajes y guiños. Sólo quisiera señalar su elegante pero contundente alegato anti-belicista, aprovechando que se ambienta en la Guerra Civil estadounidense. El horror del conflicto armado es capaz de asquear incluso a criminales consumados como nuestros antihéroes: sólo Setencia, el 'Malo', se aprovecha y vive a su costa. 

El 'Malo', haciendo honor a su rol.

Según el título, Clint Eastwood encarna al 'Bueno', que solamente lo es de nombre porque realmente muy benigno no es, precisamente. Lo cierto es que no hace más que repetir ese Hombre Sin Nombre al que ya diera vida en las dos anteriores de Leone; no en vano, junto con ésta, se las considera la Trilogía del Dólar, aunque se puedan ver de manera independiente. (A propósito: Eastwood ha resultado ser, como todo el mundo sabe a estas alturas, todavía mejor director que actor; y en su cine, a veces, se nota la influencia del romano.) En cambio, el rol de Lee Van Cleef no podía ser más distinto al que desempeñara en el anterior capítulo del tríptico... Pero, a pesar de ello, y como no podía ser menos, con sus gestos, maneras y miradas la clava como Sentencia: incluso cuando los otros dos son pistoleros hábiles, bandidos implacables y capaces de acciones muy reprobables, éste les supera con creces en impiedad y resulta tanto aterrador como funesto en la comparación. 

Eastwood y Van Cleef están inmensos; especialmente el último, que parece haber nacido para el papel. Pero quien realmente sobresale no podía ser otro que el 'Feo': tremendamente cómico, incluso ocasionalmente patético, sin perder por ello la dignidad ni menoscabando su evidente peligrosidad; despreciable, mentiroso y guarro, pero de algún modo también entrañable y rebosante de carisma. Incluso cierto matiz trágico: esa escena que comparte con su hermano, dándole más relieve, más humanidad. Dicen que Leone quedó engatusado con él durante el rodaje, dándole más cancha y convirtiéndolo en el auténtico protagonista cuando, originalmente, iba a ser un secundario al lado del estelar Clint. Después de ver las entregas previas de la pseudo-trilogía, uno se da cuenta de que, precisamente, eran Wallach y su Tuco lo que faltaba, lo que se echa de menos, en las otras (especialmente en La Muerte tenía un Precio (1966), que sin dejar de ser bastante buena es la más endeble del conjunto). He oído por ahí que Gian Maria Volonte, tras aparecen en las otras dos, iba a repetir en ésta dando vida a Tuco pero que, por un motivo u otro, no pudo ser. Cosa del destino, supongo: hoy en día, es inimaginable que las cosas hubieran acabo saliendo de otra manera.

Don Altobello y Connie Corleone: tanta maldad en una sola estancia...

Algún tiempo después de aquella sesión en dos partes, volví a revisar El Padrino: Parte III (1991); cinta que, sin ser tan magnífica como sus predecesoras, sigue estando por encima de la media por más que la crítica se empeñe en atentar contra ella. Y me sorprendí enormemente y de manera grata cuando descubrí en ella al intérprete que nos atañe hoy: siempre había estado delante de mí y yo no me había dado cuenta, con ese abuelete hampón tan dulce, tan adorable, tan mortífero y bastardo.

Los gustos son siempre subjetivos, pero El Bueno, El Feo & El Malo se merece en todos los casos, como mínimo, una oportunidad. No queda más que decir, salvo que aquí yace Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez: ladrón, asesino, tramposo, polígamo, blasfemo, pistolero, mal hermano, peor hijo, enemigo de sus enemigos, héroe ocasional a su pesar e inmejorable personaje de ficción. Vivirás eternamente en nuestros corazones y en nuestras filmotecas.

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