17 de julio de 2015

DE PETER PAN Y JAMES GARFIO.


James Barrie creó al inmortal Peter Pan motivado por la pérdida de su hermano mayor, David, con sólo trece años. A consecuencia de la misma, el trato con sus padres, y particularmente con su madre, quedó gravemente trastocado, desarrollándose en términos realmente enfermizos. También influyó su polémica relación con el matrimonio Llewelyn Davies y, más concretamente, con sus hijos. Y, por supuestísimo, su propio deseo de no crecer; la añoranza por haber dejado atrás la infancia.

Dio constancia de él por primera vez en su novela EL PEQUEÑO PÁJARO BLANCO, de 1901; sólo tres años más tarde, presentó la obra teatral donde le enfrentaría con el terrible Garfio, y donde nos revelaría el maravilloso País de Nunca Jamás, con sus hadas, sirenas, piratas y misterios, así como a la tribu de Niños Perdidos que lo puebla. En 1911, adaptó la susodicha trama a la prosa con PETER PAN Y WENDY, relato sumamente recomendable en las bibliotecas de todas los hogares con niños.

Ilustración del cómic de Loisel.


La historia es tan conocida que la introducción parece prácticamente innecesaria: una joven del Londres victoriano, Wendy Darling (textualmente, 'Wendy Cariño') le narra cuentos fantásticos a sus hermanos pequeños. No se sabe escuchada a hurtadillas por el mismísimo Peter Pan, un muchacho legendario, criado por las hadas. En una escena hermosísima, donde da caza a su propia sombra, éste se revela ante la chica y le propone llevársela a Nunca Jamás: un mundo tan mágico como sus narraciones, donde podrán vivir aventuras y donde, como él mismo, nunca jamás tendrá que crecer ni hacerse adulta.

Pese a su disfraz de relato infantil, es tan profunda que acongoja, y está cargada de simbolismo. El propio Pan, aunque con características del travieso psicopompo de Hermes, parte de la deidad griega homónima: arropado por la naturaleza, rodeado de criaturas de ensueño y ajeno, siringa en mano, a las complicaciones del mundo mortal. Sin embargo, el personaje más fascinante, el más humano, complejo y torturado, el psicológicamente mejor construido y el más lleno de contrastes, no es otro que el supremo antagonista del libreto: el capitán pirata James 'Jay' Garfio.

Jason Isaacs en la adaptación fílmica de 2003.


Aunque profundamente trastocado, Garfio viene a representar el único atisbo de madurez en un mundo de infantes; no en vano, se verá literalmente perseguido por el propio tiempo encarnado, tan inexorable como los apropiados mecanismos de un reloj y transfigurado en un persistente cocodrilo que ya le ha devorado parcialmente (y “estúpido como todos los esclavos de una idea fija”).

La impresión se refuerza por el mero hecho de que, tradicionalmente, el padre de Wendy y él sean representados por el mismo actor. Ambos, Garfio y el señor Darling, se preocupan por mantener unas modales que poco les importan, en su salvajismo, a los criajos. En el caso del corsario, su elegancia le dota de cierta superioridad frente al resto de los habitantes de Nunca Jamás, a la vez que crea un contraste aterrador con la crueldad, a veces frívola, a veces furibunda, de sus actos. Superioridad y crueldad que se reflejan, como señala el escritor, en que trate a sus esbirros como a perros... y en que éstos, como tales, le obedezcan.

Es fácil que los lectores adultos, al aproximarse al libro, se sientan más identificados con el capitán que con los supuestos héroes. Probablemente también lo hiciera el propio Barrie: no parece casualidad que compartiera con él su nombre de pila. El James ficticio tiene motivos de sobras para odiar a Pan y su pandilla, que van mucho más allá de su mano mutilada; no en vano, el retrato que hace el James literato de la infancia está preñado de dulzura y nostalgia, pero tampoco elude sus aspectos propios menos amables, como ese supremo egocentrismo que caracteriza al niño eterno.

Wendy es la muchacha que empieza a hacerse mujer; por eso, busca en Peter algo que éste, en su niñez y en su egoísmo, no puede darle: un beso que es más que un beso. Por eso se siente fascinada, aunque sólo sea momentáneamente, por un Garfio (¿su propio padre?) de caballerosas (aparentes) maneras. Es la única que vence el efecto amnésico de la isla encantada, la única que no termina de perderse en la ilusión, la que le recuerda a sus hermanos que ellos no son huérfanos como los otros Niños Perdidos y que tienen unos padres, unas responsabilidades y un mundo real al que volver. 

Cartel de la película de 1924.

Al término, no sólo Garfio encuentra su derrota: Darling reconoce al vencido navío pirata que le devuelve a sus hijos, dándose a entender que él también vivió sus propias aventuras en el pasado. Y si antes era regañón y ansiaba que sus vástagos maduraran de una vez, ahora, por fin, es capaz de comprenderlos, de ver a través de sus ojos, al haber recuperado parte de su niñez con ese recuerdo.

En definitiva, la muerte de Garfio, la redención de Darling y la adopción, por parte de éste y su esposa, de los Niños Perdidos, supone la reconciliación entre la infancia y la madurez. Aunque Peter perdure y se indiquen futuros viajes a Nunca Jamás, tanto por parte de Wendy como, con el tiempo, de sus descendientes.

Una versión desde el punto de vista de Garfio bien podría, además de darle el relieve merecido, ahondar en los aspectos más obscuros y turbulentos del argumento, convirtiéndolo en un cuento de hadas macabro. Uno que, bien tratado, no tendría por qué perder a su público infantil. Es una tarea que, en el celuloide, bien podría haber desarrollado en buenos términos Tim Burton, en su buena época (otro personaje irreal y con armas blancas en lugar de manos).

Lamentablemente, lo que obtuvimos a cambio fue la visión de Steven Spielberg, que corre por derroteros muy diferentes. De hecho, aunque sin dejar de concederle suma importancia, tampoco le otorga al líder pirata toda la predominancia que parece prometer un título como HOOK: EL CAPITÁN GARFIO (1991).

Pero, pese a las malas críticas que cosechó y pese a desaprovechar el potencial señalado, sigue siendo una de las súper producciones de aventura y entretenimiento juvenil más divertidas y entrañables del cine (¿relativamente?) moderno.

¿Los motivos? Dentro de cinco días, aquí, en MEMORIAS DE UNA MENTE EVADIDA.


13 de mayo de 2015

De METRÓPOLIS o La Revolución Industrial fílmica definitiva.


<<Y dejamos atrás a aquellos que no saben
Que es el último día
Dejamos dormir a aquellos que no saben
(y) marchamos al amanecer
Guiados por la Máquina B
(La salvaje Máquina B que nunca para)>>
B-MASHINA, de Laibach.

Es el METRÓPOLIS (1927) de Fritz Lang (1890-1976) un clásico indudable, inmortal e incólume del séptimo arte... pero, quizás, pese a todo, errado. No en su perfección fílmica, si no en su interacción con la realidad, como se intentará explicar en las presentes líneas.

Inspirado por una primera visita a Nueva York y sus impresionantes rascacielos, constituye una de las muchas colaboraciones entre el gran cineasta y su entonces esposa, la no menos genial guionista Thea von Harbou (1888-1954). A tenor del título, nos presentan una brillante y espléndida megalópolis del futuro, donde todos sus cómodos habitantes ven colmados a manos llenas sus necesidades y deseos. El secreto de este próspero paraíso terrenal se encuentra, paradójicamente, en el infierno que esconde bajo sus cimientos: las terribles máquinas subterráneas que mantienen las mecánica urbe en perfecto funcionamiento, cual reloj suizo. Y, enterrados con ellas, los obreros que, como esclavos egipcios, alimentan los ancestrales engranajes con sudor y carne.


Herbert George Wells (1866-1946), en LA MÁQUINA DEL TIEMPO (1895), proyectó una división evolutiva de la especie humana, a consecuencia de la diferenciación entre estamentos sociales. Sin llegar a los mismos extremos, la película que nos ocupa parece derivar de una visión similar del futuro. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en esta novela, la casta trabajadora de Lang y Von Harbou no puede, todavía, haber degenerado en peligrosos monstruos de las cavernas: gran parte del drama deriva de la inequívoca condición humana que todavía comparten tanto opresores como oprimidos; de la injusticia del ser humano contra el ser humano. Ello hará todavía más doloroso el contemplar a estos vasallos modernos en su reino gris, completamente alienados, desprovistos de toda individualidad.

Freder (Gustav Fröhlich), el hijo del sumo capitoste de ambos mundos, queda horrorizado al descubrir la realidad que sustentaba su frívola y gozosa existencia. Al principio no sabrá siquiera cómo, pero desde el primer momento dirigirá sus esfuerzos a la defensa de estos desafortunados. El motor de sus actos se encuentra a medias entre su recién despertada conciencia y el amor que siente por María (Brigitte Helm), la sacerdotisa de facto de las profundidades. Ambos descubren que el joven es el mesiánico 'mediador' que la mujer estaba esperando. Sin embargo, tanto su propio padre, Joh Fredersen (Alfred Abel), como el científico Rotwang (Rudolf Klein-Rogge) tienen sus propios planes para con la ciudad y sus habitantes. A resultas de estas cuatro voluntades, florecerá el conflicto que cambiará para siempre el panorama de la Metrópolis.


El eje central de la trama pasa por algo tan interesante como la creación de vida artificial; de hecho, probablemente su escena más famosa no sea otra que aquella en la que el robot curvilíneo adopta su forma humana. Sin embargo, se pasa muy de puntillas por las repercusiones éticas que podría tener el acto en sí. La androide, bautizada como Hel en honor a un amor perdido, no es más que un mero instrumento para Fredersen y Rotwang, y pronto queda en mitad de la convulsa y compleja relación entre ambos.

Magistralmente interpretados por sus respectivos actores, estos dos caracteres, aliados y rivales a la vez, se alzan de inmediato como los grandes villanos de la cinta. Como reflejan sus apariencias y sus ademanes, no pueden ser más distintos en personalidades y en objetivos. Mientras el primero es causa, agente y encarnación del orden frío y autoritario de la Metrópolis, el segundo desatará el caos en nombre de su venganza pasional. Rotwang es más alquimista que científico, y su hechicería parece reflejar el poder de la imaginación; un poder opuesto al mundo industrializado que nos ilustra la historia, pero necesario para dar vida a sus monstruosos mecanismos.

Como otros títulos del expresionismo alemán, huye abiertamente del verismo: sus decorados y claroscuros no buscan recrear lugares reales ni creíbles, si no ambientes, atmósferas y estados anímicos. Lo titánico de estos escenarios, sumados al ingente número de 'extras', habla elocuentemente de la capacidad de coordinación y del alto poder adquisitivo que manejó la producción; hasta tal punto que el largometraje se mantiene a día de hoy como uno de los más visualmente espectaculares de la Historia.


La perseguida irrealidad se refleja incluso en los intertítulos, donde, como en los espacios, se juega con alterar las formas convencionales. Y alcanza incluso las actuaciones, que resultan afectadas incluso para los cánones de la época. Los personajes son construidos, en su gran mayoría, a partir de unos estereotipos en los cuales se apoyan: el héroe / salvador / príncipe, la dama / sacerdotisa, el empresario / rey, el sabio excéntrico, o los obreros / siervos.

Todos ellos sirven para hacer un ejercicio demoledor de crítica social y concienciación de clases: uno que, en estos tiempos de crisis y recortes, no ha perdido un ápice de vigencia. Lamentablemente, el discurso se derrumba, cual castillo de naipes, con su desenlace. Quizás porque Von Harbou fue primero simpatizante y luego miembro del Partido Nazi, la narración parece discriminar con analogías los movimientos obreros propulsados por personalidades como Karl Marx, Friedrich Engels o Mikhail Bakunin: los refleja como meros actos destructivos y autodestructivos por parte del proletariado. En cambio, plantea una resolución demasiado espiritual para un conflicto que demanda medidas más pragmáticas y concretas. Por supuesto, tampoco se plantea la disolución de las clases sociales; en su lugar, sólo propone un entendimiento por ambas partes, basado meramente en la buena fe. En definitiva, una conclusión poética, bella en la ficción, pero escasamente verosímil y en absoluto extrapolable a la vida real.


Las constantes referencias míticas y religiosas potencian la problemática señalada en el párrafo anterior; sin embargo, en acción conjunta con su comentada y grandilocuente escenografía, consiguen un sentimiento de épica inigualable. De esta manera, nos encontramos con una moderna Torre de Babel o con un dios en la máquina literal: un Moloch de metal y motores que, en su reencarnación, sigue exigiendo la misma cuota insaciable de almas inocentes. Rotwang hará las veces de moderno Prometeo que, en su sacrilegio contra natura, acabará pagando el precio final; y Hel comparte nombre con la diosa nórdica del Inframundo. Curioso, por cierto, el pentagrama invertido, de tintes claramente satánicos, que preside su nacimiento. En oposición a la criatura, María no es la madre de Cristo, pero se dirige a su púlpito desde lo que bien podrían ser las proverbiales catacumbas cristianas. Y en este enfrentamiento entre ídolos paganos y bíblicos, Freder se alza como ineludible y necesario Redentor. 

Como anécdota final, cabe comentar que las diferencias ideológicas entre Von Harbou y Lang, que era opositor al nazismo, motivaron la separación final de la pareja y la marcha de éste a Hollywood... Aunque, seguramente, también influyó el amorío de nuestro querido tuerto con la actriz Gerda Maurus. Pese a todo, nadie duda del talento artístico de la escritora, que trabajó con otros maestros de la gran pantalla como Carl Theodor Dreyer (1889-196) o el inolvidable F. W. Murnau (1926-1931). Que METRÓPOLIS, pese a sus equívocas lecturas políticas, siga siendo tan merecedora de elogios, lo demuestra con creces. Me recuerda a las sabias palabras del sorpresivo largometraje ANONYMOUS (Roland Emmerich, 2001), donde se señala que la auténtica distinción entre un trabajo artístico y otro meramente estético se encuentra en que el primero tiene algo verdaderamente importante que contar. Por extensión, tiende inevitablemente a cierto, o a mucho, cariz político. Pero, el caso que nos ocupa, parece probar que hay algo en el arte que va más allá todavía: una magia que escapa a la mente sencilla y a las palabras insuficientes de este humilde servidor.


METRÓPOLIS no deja de ser un título obligatorio para todos los cinéfilos; en especial, para aquellos jóvenes que, contraviniendo el tópico lamentablemente certero, no hagan ascos del cine mudo o en blanco y negro. Como se ha repetido a lo largo de este texto, su manufactura visual ha desafiado el paso del tiempo y se mantiene tan atrayente y magnífico como si estuviera recién filmada: un marco perfecto para un relato excepcionalmente bien narrado, bien interpretado y bien dirigido, capaz de emocionar a los más escépticos. Una de esas obras maestras que hacen del cine algo tan grande y hermoso.

28 de marzo de 2015

CINE: 'ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA'.


 
'Érase una vez en América' (1984) es una de las películas más bellas de la historia del séptimo arte. Resulta sorprendente que, después de haber ejecutado maravillas como 'El bueno, el feo y el malo' (1966) o 'Hasta que llegó su hora' (1968), el ya legendario Sergio Leone y su equipo consiguieran superarse a sí mismos de una manera tan contundente. Pero lo hicieron.

Tal vez, sólo tal vez, el film recuerde demasiado a 'El padrino: parte II' (Francis Ford Coppola, 1974), con la que comparte mucho más que una ambientación idéntica o la presencia de Robert De Niro. Parece como si Leone, mucho más itálico que el propio Coppola, intentara evitar esta comparación al presentar a la mafia judía en vez de a la siciliana; pero no funciona. Aun así, los tonos e intencionalidades de la cinta que nos ocupa son bastante diferentes a los de su afamada partenaire. En gran parte, gracias a ese uso de los silencios, las miradas y los momentos distendidos en el tiempo, tan particulares del cineasta romano. Con ellos, consigue otros ritmos y extrae otras interiorizaciones de los personajes. También, imposible no decirle, le debe muchísimo a la indescriptiblemente hermosa música de su habitual Ennio Morricone.

Desde una perspectiva frívola, resulta el remate idóneo para la trayectoria de este director antes de su deceso. Al fin y al cabo, desde la llamada 'trilogía del dólar', su filmografía supone todo un repaso de la América fantasiosa legada por el cine 'made in Hollywood'. Aunque siempre, cabe añadir, maravillosamente regurgitada desde una sensibilidad europea, con la que consigue ganar a los yanquis en su propio juego. De esta manera, conduce a su público desde el auge y el ocaso del Lejano Oeste, pasando por la Revolución mexicana en '¡Agáchate, maldito!' (1971). Aquí le lleva hasta el renacimiento de los Estados Unidos en la modernidad: los códigos y los entresijos han cambiado, pero sigue siendo reminiscente de aquellos parajes hostiles y desérticos, cruzados por las balas y carentes de ley.

En frío, no deja de ser una historia de tantas sobre los gánsteres de la ley seca y su relación con los poderes públicos. Pero un metraje tan extenso (al menos, en su edición europea) da para tocar muchos temas: más en un cine como el de Leone, donde los personajes priman sobre el medio por mucho que éste se muestre idóneo. Y si De Niro está impresionante en ésta, no hay palabras para el trabajo James Woods. Ambos nos hablan de la amistad, de la juventud y del paso del tiempo. Este reparto insuperable también cuenta con la relativamente breve participación de una jovencísima Jennifer Connelly: uno casi se espera ver a su contrapartida adulta con el paso del tiempo.

Como toda buena peli de Leone, la trama arranca con un asesinato a tiros y con el planteamiento de un misterio; y girará en torno a 'Noodles', un cachorro que, como Vito Corleone, sabrá ascender desde lo más bajo del escalafón criminal para convertirse en uno de los indiscutibles reyes de la ciudad. No lo hará solo; y, en este contexto, su amistad con Max y su amor por Deborah le dividirán constantemente a lo largo de toda su vida. El quid del largometraje no será otro que, precisamente, la capacidad de elección; y, siguiendo el hilo de este discurso, el montaje no lineal cobrará su auténtica significación en su tramo final. Los espectadores más sagaces podrán llegar a preguntarse si, acaso, nuestro protagonista llegó a abandonar realmente el fumadero de opio donde le vimos al principio de todo. Y es entonces cuando deberán elegir. Como hace Noodles en última instancia. Como llevaba haciendo, realmente, desde el principio.

Que es, al fin y al cabo, para lo bueno y para lo malo, en lo que consiste la vida.

26 de marzo de 2015

DE CHOCOS, MAKIS Y MEAOS.


El reciente y tristísimo fallecimiento de Pedro Reyes me retrotrae a su compañerismo con Pablo Carbonel, a los Toreros Muertos y a su impagable 'agüita amarilla'.

También me recuerda su papel, aunque breve, en las dos películas de Makinavaja ['Makinavaja, el Último Choriso' y 'Semos peligrosos (uséase Makinavaja 2)', del 92 y del 93 respectivamente, ambas de Carlos Suárez]. Basadas en el cómic de Ivá, sin duda alguna se han visto relegadas por el sentimiento moderno de lo políticamente correcto, aunque su humor brutal y su crítica sin concesiones tengan a día de hoy tanta vigencia como entonces, si no más todavía, si eso fuera posible.

Pero, sobretodo, me hace pensar en Málaga, donde casi le conocí hace poco, y en la Huelva que compartíamos: una Huelva, tanto capital como provincia, menospreciada y auto-menospreciada en su larga importancia histórica, en su excelsa gastronomía, en su indescriptible belleza; una Huelva merecedora de mil halagos y, a la vez, de mil improperios. Un hechizo cae sobre ella, haciéndola parecer atrapada en ámbar; por mucho que pase el tiempo, por muchas idas y venidas, nunca parece cambiar. No realmente, no en lo importante. Aunque quizá sólo sea el olor químico que encubre el aroma natural de las marismas. Quizá.

Resulta improbable que Ivá llegara a saberlo nunca, resulta imposible saber ya si Pedro Reyes llegó a percibirlo, pero Huelva hubiese sido el escenario idóneo para el Maki: por su picaresca y su tozudez, por el lamentable aire de cutrez, surrealismo e inconsciente caricatura de muchos de sus aspectos. Pero también por la pequeñez y la familiaridad, relativas y entrañables, de sus lugares y de sus gentes; por su honestidad. Por lo fácil que es amarla. La ficción del Maki y la realidad de Huelva son microcosmos que te atrapan y nunca te abandonan; te hacen suyo, y se hacen tuyos. Tanto si procedes de ellas como si estuviste de paso, si de verdad las viviste en vez de limitarte a ser residente, el pasear por las calles, las avenidas y las plazas onubenses es lo más parecido a transitar por tu propio ser, a caminar entre recuerdos, pensamientos, sentimientos y fantasmas.

Porque, tristemente, al final, no deja de ser cierto que “en un mundo podrío y sin ética, a las personas sensibles sólo nos queda la estética.”

27 de octubre de 2014

SHERLOCK HOLMES CONTRA LOS NAZIS


Hoy hablaremos de la primera... Otro día tocará la segunda.

Hacía una burrada que no escribía en este espacio, a pesar de las muchas ganas que siempre tengo... Ya se imaginarán: vicisitudes de esa vida humana presuntamente real que resulta que todos, hasta servidor, tenemos más allá del internet. Para ser sincero, ni siquiera ahora ando libre de tiempo, pero tenía una duda conmigo mismo por solventar. Además, tengo que admitirlo: he hablado de esta bitácora digital con algunas personas nuevas que están empezando a formar parte de mi vida y me gustaría no quedar demasiado mal ante ellas. De todas maneras, no se podrán quejar ustedes, ya que les voy a comentar sobre una película muy especial.

Perdóneme si ya conocen el dato, pero convendría que empezara, a modo de introducción, comentando como Basil Rathbone y Nigel Bruce acabaron constituyendo los Holmes y el Watson más icónicos del séptimo arte. Claro que, si nos ponemos así, a lo mejor debería explicar también los orígenes de ambos personajes en los relatos y novelas de intriga que Sir Arthur Conan-Doyle escribiera a finales del Siglo XIX y comienzos del XX... Centrándonos de nuevo en estos dos actores, se darán cuenta de que, quizás, aunque no le conozcan, les suene el primero por ese ratoncillo súper-detective con el que comparte nombre de pila. Personalmente, no sé si me haría gracia que, tras mi muerte, bautizaran a una alimaña con mi nombre, por muy antropomórfica que sea; pero es una cuestión sobre la que he de reflexionar más. Sí sé que al director de cierta escuela de cocina, famosilla en Andalucía, debió molestarle que le hicieran semejante homenaje, pero en vida, con cierta rata de medio metro que merodeaba por aquellos lares. Realmente, no debería quejarse: me consta que, cuando el pobre animal murió tras años de poner en duda la salubridad del lugar y de ser alimentada con jocosidad por los alumnos, éstos le hicieron un sentido entierro en el patio.

Volvamos al tema que nos ocupaba, antes de que, parafraseando esa novela que nunca he leído, empezáramos a hablar 'de ratones y hombres'. Rathbone y Bruce se ganaron a pulso la etiqueta mencionada, ya que repitieron esos papeles en una larguísima sucesión de películas y de seriales radiofónicos. Muchas de las primeras fueron dirigidas por un tal Roy William Neill, de quien poco sé más. Y dentro de los títulos en común de esta trinidad, hay al menos cuatro que han pasado al dominio público: tres largometrajes y un mediometraje. Antes de que corran como posesos a descargarlas (como si necesitaran de esta excusa para hacerlo, ¡ja!), he de aclarar que se encuentran en tal estado según la legislación estadounidense pero que desconozco la situación legal en España. Resulta irónico y significativo que, en este apartado, los españoles tengamos mayor y mejor acceso a la información legal de otros países que a la nuestra propia. Ahora que caigo, podría haberle preguntado antes a mi 'abogado', entendiendo como tal a cierto amigo que ha cursado Derecho y al que acudo a preguntarle sobre estas preocupaciones chorras que me surgen de vez en cuando. Claro que quizás algún día la Guardia Civil descubra los cadáveres que guardo en el maletero de mi coche y el apelativo cariñoso no vaya tan en broma: quién sabe.

El primero de estos documentos de dominio público es SHERLOCK HOLMES Y EL ARMA SECRETA. Y lo primero que llama la atención en ella es que renuncia a la ambientación victoriana habitual de estas criaturas para trasladarlas en plena Segunda Guerra Mundial. El filme está fechado en 1943, en la época real del conflicto, con lo que supongo que este cambio de marco tiene que ver o con una intencionalidad propagandística que, curiosamente, enlaza con el tono de algunas de sus últimas historias, o con el objetivo de reducir gastos de producción. Es especialmente emotivo cuando vemos esa Londres preparada contra los ataques aéreos. Pero vamos, pueden ver que eso de llevar a la actualidad a estos héroes no es algo que se inventara la BBC (...que, por cierto, por si nunca se han parado a reflexionar sobre ello, algunas veces parece tener más en común con Batman que con el propio Holmes, con su Robin=Watson, su Hudson=Alfred, su Lestrade=Gordon, su Moriarty=Joker, su Irene=Catwoman y demás).

A pesar de esta condición icónica a la que me refería, la genial dupla de intérpretes están muy alejados de ser los Holmes y Watson perfectos, como sí lo serían, nuevamente en la 'tele', el magistral Jeremy Brett y su compañero de turno en una serie que entusiasmaría a toda la juventud que hasta hace poco se regocijaba con HOUSE y similares. El Doctor Watson es aquí un práctico bufón que comparte su condición de alivio humorístico con el Inspector de Policía Lestrade, lejos del compañero leal, valeroso y útil de otras versiones. Al menos, resulta más interesante y simpática que un Holmes demasiado perfecto en su rol de héroe y, en consecuencia, plano: en ningún momento muestra señal alguna de arrogancia, misoginia, drogadicción ni ninguna de las idiosincrasias que hacen a su homólogo literario tan sumamente interesante, incluso más allá de sus exóticas aventuras.

Lejos de ser algo negativo, este último aspecto refuerza el encanto de la trama, basado en la clásica lucha entre un bien y un mal absolutos, sin ambigüedades ni grados entre ambos extremos. Clasicismo que aquí responde a una clara intención política, tal y como señalábamos, al adjudicarle una y otra función a los distintos bandos del enfrentamiento bélico. Bueno, la verdad es que no se puede decir que los nazis no se lo buscaran ellos solitos. Curiosamente, el principal antagonista no se encuentra entre estos, pero sí que está más que dispuesto ayudarles en nombre del lucro personal. Hablamos, cómo no, del Profesor Moriarty, que en esta ocasión, apoyado por los rasgos tan particulares de Lionel Atwill, trasmite mezquindad a la vez que una fría inteligencia... Incluso en momentos en los parece realmente demasiado corto de luces al caer en el tópico de no querer matar a tu enemigo ni teniendo todas las malditas oportunidades. Es curioso como este personaje, que aparece en muy poquitos de los escritos de Conan-Doyle, y siempre únicamente mencionado (incluso en el célebre 'El Problema Final'), ha acabado por convertirse en el gran adversario por antonomasia de Holmes y en el modelo de villano más prototípico, como se demostraría una y mil veces (destacaría, a modo personal, la novela gráfica THE LEAGUE OF THE EXTRAORDINARY GENTLEMEN de Alan Moore). Y uso el término 'villano' muy a mi pesar: aunque hace bastante que perdió su connotación clasista, sigue guardando en sus raíces el desprecio por las personas de procedencia humilde.

El argumento tiene poco que ver con el material de partida, más allá de la referencia a 'La Aventura de los Bailarines' en la que se inspira una parte: el Detective de la Calle Baker debe rescatar de las fuerzas del Eje a un joven científico con un invento que podría ser decisivo en la contienda. Lamentablemente, una vez en Inglaterra, todas las precauciones son pocas y ocurre lo que tenía que ocurrir, llevando a una carrera contrarreloj antes de que el chaval suelte prenda y meta a los Aliados en un buen lío. Como no podía ser de otra manera, destaca la audacia y el soberano intelecto de nuestro protagonista a la hora de resolver los obstáculos que se le presentan... Pero la narración es demasiado fluida y continua como para que los misterios que se plantean generen auténtico suspense, lo que la hermana con las recientes versiones fílmicas de Guy Ritchie. Sin suspense, tampoco se proponen pistas que sirvan a la platea para elucubrar durante el primer visionado: los monigotes que deja el desaparecido tras de sí no cuentan como tales, y menos mal, porque hubiera sido un auténtico plomazo si se hubieran detenido demasiado sobre los mismos. Esta presunta carencia no debe suponer motivo de rechazo, dado que la cinta, incluso desde los medios de la época, es capaz de entretener incluso a los más modernillos y menos imaginativos de los espectadores actuales. Todo a pesar de las limitaciones de los medios de la época, particularmente notables en la supuesta maestría en el disfraz que ha de lucir Rathbone y que sólo resulta mínimamente creíble gracias a su labor actoral. Hablando del contexto temporal, la fotografía es previsiblemente en blanco en negro, con preponderancia no exclusiva de planos abiertos que imitan el modelo teatral: más cortos que los medios son realmente escasísimos. Sin embargo, existen ediciones con un color digital muy artificioso, con aparente textura de emplasto, pero que dotan al metraje de una estética, por qué no decirlo, bella: casi como pintura en movimiento.

El mayor defecto que le encuentro es lo poco que sale la Señora Hudson. Nunca hay bastante de la Señora Hudson. Pero, por lo demás, es perfecta tanto para seguidores a ultranza del llamado 'canon holmesiano' como para quienes, simplemente, quieran pasar un buen rato. En una época como ésta, en la que se tiende a valor las obras cinematográficas por los efectos digitales y por las capacidades atléticas de los héroes en detrimento de otros valores como la honestidad, el valor o la astucia, no está de más volver a ejemplos como éste, que nos recuerdan donde está realmente el atractivo de una buena aventura.

14 de agosto de 2014

De Robin Williams y otros asuntos


Una vez me contaron un chiste: un hombre va al médico y le dice que está deprimido, que la vida es dura y cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazado. El médico le dice que el tratamiento es muy sencillo: 'El Gran Payaso Pagliacci está en la ciudad; vaya a verle, eso le animará.' El hombre rompe a llorar: 'Pero, doctor,' le dice, 'yo soy Pagliacci'. Es un buen chiste. Todo el mundo se ríe. Se oye un redoble... Y baja el telón.”

En el momento de terminar este documento, sólo han pasado cuatro días desde que se notificara el suicidio de Robin Williams. En un principio, no tenía intención de tratar el tema, dado que me parecía (y todavía me parece) caer en el morbo o en el oportunismo. Además, sumado a las líneas que ya le dediqué a Eli Wallach, podría sentar un precedente que no deseo para este espacio. Sin embargo, no he podido evitar reflexionar sobre este deceso y lo consideraría una pérdida de tiempo y de espacio mental si no los compartiera con ustedes.

1951-2014

Mucho se ha hablado, hasta convertirlo en tópico, de la tragedia del comediante: ya saben, la sonrisa como máscara, el llanto oculto tras ella, etcétera, etcétera. Pocas veces ha quedado tan bien retratado como en el párrafo reproducido arriba, procedente de esa obra maestra que es Watchmen. Siempre he querido ver estos sujetos como filántropos abnegados, dedicados a salvarnos de la horrible realidad a golpe de carcajada; la misma que a ellos les hace sufrir. Lamentablemente, tan loable proceder acaba pasándoles factura, pues crea un muro insalvable en torno a este dolor interno que les obliga a lidiar en solitario contra él.

En la mirada de Williams, preservada para la eternidad gracias al Séptimo Arte, siempre ha habido y siempre habrá algo de melancolía, sumada a cierta resignación. Quizás por eso era tan válido para la comedia como para el drama, saltando de una a otra dentro de un mismo largometraje. Desde luego, no es de extrañar que siempre se le considerara para antagonista de Batman en muchas ocasiones: hubiera clavado la excentricidad y el trauma que suele caracterizar a los enemigos de este súper héroes. Es la mirada de un niño inocente y herido, tal vez incomprendido, atrapado en un cuerpo adulto. Ignoro por completo si esta percepción mía se ajustaba a la realidad de su persona pero, de todas maneras, es el rol que más ocasiones le tocó interpretar y el que mejor desempeñaba. Así lo demuestra en Hook: El Capitán Garfio (Steven Spielberg, 1992), en Jumanji (Joe Johnston, 1996), en El Hombre Bicentenario (Chris Colombus, 2000) o en Jack (Francis Ford Coppola, 1996). (Todos los cuales, sobretodo el primero, merecerían un comentario más extenso.)

Carne de futura reseña.

Con el párrafo anterior vengo a afirmar, realmente, que nunca fue un buen actor: carecía de la capacidad mimética de los auténticos maestros de su profesión. Era incapaz de volverse invisible, de que sólo viéramos a su personaje en pantalla en vez de a él mismo. Entre las escasas excepciones se encuentran Aladdin y el divertido musical Popeye (Robert Atlman, 1980). El primer caso tiene bastante que ver con que fuera un dibujo animado (además, un servidor está más familiarizado el doblaje español de Josema Yuste). El segundo cuenta con un maquillaje impagable y con la iconicidad del caricaturesco héroe de cómic en el que se basa. También hay un tercero, que sacaremos a colación más abajo.

En todas las demás películas en las que participó, Robin Williams es Robin Williams, sin ningún disimulo. Al menos, en las que he visto; a fin de cuentas, sólo he catado una fracción ínfima de su filmografía. De todas maneras, no es que sea algo malo: era un hombre tremendamente carismático y lo transmitía en pantalla. Siempre conseguía, y seguirá consiguiendo, que simpaticemos con él, tanto en los momentos de risa como en los de pena. ¿Por qué se creen que los niños de aquella época disfrutábamos tanto con una mierda del calibre de Flubber & El Profesor Chiflado? Puedo asegurar que no por el moquete verde. Y todo a pesar de sus esfuerzos irritantes por ser gracioso a la fuerza, tan bien representados en la infame Patch Adams... Filme que, además, arruina por completo la historia real en la que se basa.

A muchos les podrá parecer sacrílego hablar de su carrera sin mencionar El Club de los Poetas Muertos, de 1989. No obstante, personalmente, me parece un tanto sobredimensionada: especialmente todo lo referente a la participación de Williams, que siendo buena tampoco era para tanto. Quizás sea culpa mía; a lo mejor es que soy incapaz de percibir lo que sí percibo en otras películas del mismo director, como la maravillosa El Show de Truman (Peter Weird, 1998). En cambio, sí que alabo, y en grado sumo, su gran papel en El Indomable Will Hunting (1998). Curiosamente es la única vez en la que no le he visto como niño, aunque sí reflejando de nuevo, y más claramente que nunca, un acusado sufrimiento interno.

Un cartel algo soso, pero bueno.

El guión está plagado de diálogos formidables, incluyendo muchos de los que le toca declamar a Williams. El mismo que está firmado por Matt Damon y Ben Affleck. Los tres acabaron llevándose el Premio Óscar para casa gracias a esta producción: el primero por su labor actoral y los otros dos por el susodicho libreto. Se cuenta que, siendo como es amigo personal de ambos, Kevin Smith, el cineasta con cuyas producciones más tristemente me identifico, metió mano en él. Probablemente sea un rumor infundado, pero a puntito estuvo de dirigirla. El honor acabó recayendo en Gus Van Sant, artífice de la recomendable Mi Nombre es Harvey Milk (2009) o la infravalorada y prácticamente desconocida Descubriendo a Forrester (2001).

Siendo frívolos (y ser frívolo es algo que se me da deleznablemente bien), lo peor de este deceso ha sido coincidir en el tiempo con el de Lauren Bacall, eclipsándolo. La diva es mil veces más merecidamente destacada en la historia del cine; también más atractiva, en muchas acepciones. Sin embargo, pertenezco a una generación que valorará más el legado del respetable histrión. Yo mismo tengo más recuerdos asociados a Williams que a ella, aunque ahora mismo no deje de recordar un par de adaptaciones del Hércules Poirot de Agatha Christie en las que participó... Asesinato en el Orient Express (1974) y Cita con la Muerte (1988): intrigas con Sidney Lumet, Albert Finney, Peter Ustinov, Sean Connery, Anthony Perkins, Carrie Fisher y la propia Bacall, entre muchos otros nombres dignos de fetichismo cinéfilo. ¿Quién se las perdería?

La señora de Humphrey Bogart rezumando chulería.

Esto, a parte de recordarme que debo ver más cine (tanto clásico como en general), me lleva a pensar en lo condicionados que estamos por el tiempo (y las circunstancias) que nos toca vivir: por más abiertos que intentemos ser de mente o de espíritu, ni nuestros gustos ni la misma definición de nuestras personas son capaces de escapar del todo a este determinismo, de elevarnos a miras más amplias. En suma, de trascender (en cierto sentido) el tiempo y el espacio. Debemos asumir que todo lo que ahora nos gusta o nos apasiona se verá afectado por el paso de la Historia y de las modas, tanto para bien como para mal.

Y dejen de una puñetera vez las bromas con el cantante Robbie Williams. Ya pasó a estar trilladísima a los diez minutos de diñarla su tocayo.

26 de julio de 2014

De por qué Will Smith tendría que haber sido el Capitán América.

A algunos desconocedores del tema podrá sorprenderles que un rojillo como yo se interese por las aventuras del Capitán América, o que disfrute con ellas. Sin embargo, lo cierto es que tiene un porrón de elementos que me encantan, a saber:

- Un protagonista que, a fuerza de haberlo pasado putas, tiene cierto halo trágico que lo hace interesante, simpático y accesible... A pesar de la aparente perfección física y moral que le definen o de ese patriotismo a ultranza que un servidor, al menos, no comparte.

- Tramas de espionaje y/o aventuras ambientadas en la Guerra Fría y/o en la Segunda Guerra Mundial, lo que nos lleva al siguiente apartado. 

¡Zas, en toda la boca!

- Antagonistas nazis de diseño grotesco (el Barón Zemo, el Cráneo Rojo, Arnim Zola, el mismísimo Adolf Hitler y un largo etcétera)... como los del famoso Hellboy. De hecho, el estilo de Mike Mignola es bastante deudor del de Jack Kirby, y el homenaje es más que evidente.

- Crítica al sistema social / político / económico estadounidense. Sí, han leído bien. Para verlo, nada más que hay que pillarse los tebeos que coincidieron en fecha con el Escándalo Watergate.

Richard Nixon, súper criminal de la Marvel.

A parte, también está el hecho de que me encantan Stan Lee, Roy Thomas, Gerry Conway, el mencionado Kirby y demás autores de la Marvel clásica... Pero me gustaría explayarme sobre el último punto de la lista; y es que la editorial Marvel siempre ha sido considerada muy 'progresista'. Recalco el término, ya que en mi pueblo significa 'de derechas, pero con mala conciencia'; que es el grado máximo de izquierdismo, con excepciones, al que puede llegar un yanqui medio.

La auto-proclamada Casa de las Ideas demostró y todavía demuestra a menudo esta postura: a fin de cuentas, algunos de sus iconos son constantemente perseguidos por las autoridades (a veces no sin cierta razón) y difamados por la prensa. No por ello dejan de ser menos heroicos; todo lo contrario: hacer lo correcto tiene todavía más mérito cuando sabes que no te van a recompensar por ello... Y les añade un toque de rebeldía de lo más molón. Es lo que ocurre con Spider-Man, con Hulk o con los X-Men. Que, por cierto, ¿dónde quedaron esas traducciones: El Hombre Araña, La Masa, La Patrulla-X?

El Barón Zemo y el Cráneo Rojo, por Mike Mignola.

Creer que Steve Rogers y su alter ego escapan a esa tendencia es un error... A pesar de esas pintas que lleva pero que, realmente y en todo caso, sólo le hacen culpable de un terrible mal gusto. Repito: es un error, y más cuando muchos autores le han aprovechado para exponer sus inquietudes ideológicas. Así hemos disfrutado de viñetas que demuestran un claro rechazo a la Guerra de Vietnam, a las bombas atómicas de Nagasaki y de Hiroshima o a la prisión de Guantánamo, por sólo citar algunos ejemplos; incluso a la masacre de los indígenas americanos, viaje en el tiempo mediante. En una ocasión, hasta presentaron al súper nazi Cráneo Rojo como Senador de los Estados Unidos; sutiles que son...

Pero, a pesar de ello, siempre se le ha tenido por reaccionario. En honor a la verdad, esta fama llegó a ser certera en algunos momentos de los años cuarenta o cincuenta... Pero el hecho de que esta época fuera borrada de continuidad, argucia argumental mediante, lo dice todo. A la guisa de Harry el Sucio en su segundo largometraje, el abanderado, en no pocas ocasiones, ha combatido contra versiones extremas de sí mismo: exactos a como le acusaban ser a él desde el mundo real. La intolerancia, la prepotencia, el racismo, la defensa del totalitarismo, la justificación de la violencia o de posibles víctimas colaterales...: ninguno son atributos suyos, si no propios de sus enemigos; ya esgriman la cruz gamada o las barras y estrellas que también adornan su figura.

El Capi contra su imitador de los 50.

No hace demasiado que se rumoreó el nombre del estelar Will Smith para interpretarle en la gran pantalla. Esto hubiera supuesto un cambio de aspecto bastante significativo con respecto al original, rubiales y de ojos claros. A parte de aprovecharse del innegable carisma de este actor, hubiera servido para alejarse de la reputación aludida arriba. Y por supuesto, ya de paso, para encolerizar a los más conservadores y rancios. Y, ¿por qué no? ¿Por qué no un Capitán América negro? ¿No resulta un poco irónico que alguien que lucha tanto contra el nazismo, y contra toda clase de grupos xenófobos, encarne el ideal de perfección física de sus adversarios? El propio Joe Simon, su co-creador de los cuarenta, apoyaba la idea. Claro que, si nos paramos a pensarlo, un nativo americano sería más apropiado todavía. (Ay, Neil Gaiman, tuviste la oportunidad en Marvel: 1602 y la dejaste escapar.)

Originariamente, esta idea se iba a plasmar en el llamado Universo Ultimate del año 2000; antes de que la Presidencia de Obama potenciara esta clase de transmutaciones. No cuajó y se acabó trasladando al gran personaje de Nick Furia, adquiriendo así los rasgos de Samuel L. Jackson antes de que éste le diera vida en la gran pantalla. Por lo visto, el actor es fan y quedó encantado. Para hacerse una idea de como es el original basta con recordar la versión de David Hasselhoff en Objetivo: Manhattan (1991).

Creo que éste no es Samuel...

En 2003 se publica La Verdad. Los autores son Robert Morales y Kyle Baker, que en otras obras suyas ya han explorado la discriminación que seguramente han vivido en carnes propias. Sobre este último ya hemos charlado aquí, por ser el artífice de Por Qué Odio Saturno y de otros títulos muy recomendables. En éste en concreto, los dos dejan de lado la imagen idílica que se le suele dar a la Segunda Guerra; como si aquello hubiera sido un conflicto épico entre el Bien y el Mal absolutos. Imagen de la que mucho se ha aprovechado el propio Capi, dicho sea de paso. Que nadie me malinterprete: no somos el Vaticano para negar el horror del Holocausto. Me refiero a las actitudes ostensiblemente deplorables que hubo dentro del propio bando de los Aliados. Eso incluye el racismo dentro de las tropas norteamericanas: los soldados negros no se mezclaban con los blancos, si no que luchaban dentro de sus propias unidades; éstas, a su vez, eran usadas fácilmente como carne de cañón, destinadas a las primeras filas. Al mismo tiempo, en Tuskeegee, se probaban medicamentos experimentales contra la sífilis en ciudadanos de color, a los que se dispensó un trato inhumano. Diantres, si hasta se dice que Hitler admiraba las leyes de inmigración de Estados Unidos.

Si buscan otra novela gráfica que también desmitifica bastante el susodicho conflicto bélico, les recomiendo Los Surcos del Azar, del formidable artista y compatriota Paco Roca. Lo enlaza certeramente con nuestra Guerra Civil, revelando vínculos muy interesantes y muy poco comentados entre ambas. Pero ya la abordaremos en otra ocasión.

Portada de la edición española de La Verdad.

Volviendo a la que nos ocupa: la premisa es que el Suero Súper Soldado que dio poderes a nuestro héroe fue probado antes en un grupo de afroamericanos involuntarios y desinformados, como en el Experimento Tuskeegee. Tal y como en dicha historia real, muchos murieron o sufrieron malformaciones. Durante la lectura podemos no sólo ver, si no sentir, como vidas humanas enteras son arruinadas. Sólo uno, entre tantos, desarrollará los efectos deseados, convirtiéndose así en el Capitán América; aunque el suyo tampoco será un camino de rosas. Me hubiera quitado el sombrero si su nombre real hubiera sido Steve Rogers y si hubiera sido éste el argumento adaptado en el cine... Baker y Morales prefirieron respetar el mito, de tal manera que el enmascarado que aquí nos presentan es un predecesor del que conocemos. De hecho, nuestro Steve llega a aparecer en un momento dado, demostrando el buen personaje que es. Esta opción, por lo menos, permite incluir la narración en el canon marvelita, y no relegarla a una realidad alternativa ni demás zarandajas.

Al final, fue un rubito
Chris Evans quien tomó el papel en la franquicia fílmica de los Vengadores. El chavalote se desenvolvió estupendamente, resultando creíble en todo momento y clavando la altura moral del héroe... Con gran sorpresa por mi parte, añado, ya que previamente sólo le había visto haciendo de niñatillo (tanto en Los 4 Fantásticos y su secuela como en Scott Pilgrim contra el Mundo, por ejemplo). El primer film con él estuvo dirigido por Joe Johnston, que parece especializado en este tipo de relatos y ambientaciones...
Todavía me acuerdo de su Rocketeer (1991). El cineasta supo hacer simpático a su protagonista contra todo pronóstico, a pesar de los prejuicios. Sólo tuvo que situarlo en el contexto apropiado y parodiar un poco la labor propagandística que muchos creen que tuvo en aquellos tiempos. Lo cierto es que su primera aparición, con esa (ahora) famosa portada partiéndole en los morros al mismísimo Führer, es anterior a la participación yanqui en la guerra... Lo que suscitó cierta polémica en aquel entonces. Se nota que sus creadores eran judíos.

Evans dando la talla.

En historietas recientes (que no he leído), volvemos a tener un Capitán afroamericano. Ha sido Sam Falcon Wilson (quien, por cierto, también apareció recientemente en los cines) quien ha tomado el nombre de guerra, el disfraz y el relevo de su viejo socio y colega. Siendo sinceros, éste ha sido el motivo que me ha impulsado a escribir estas líneas. Pero a pesar de ello, y a pesar de lo muchísimo que disfruto con las pelis de los Vengadores tal y como están, las del Capi incluidas... Sigo soñando con un Steve Rogers negro. Digo Steve Rogers, no ningún sosias ni ningún reemplazo, sustituto ni sucesor. Un Steve todavía más trágico y con todo en su contra, en una versión de la Segunda Guerra Mundial (y del mundo, en general) más crítica, descarnada y fidedigna a la cruel realidad. Un Steve, por todo lo anterior, todavía más heroico.

P.D.: Algún día, tendremos que tratar de la peli que hicieron del Capi en los 90... ¡Gloria bendita, oigan!